Mariano José de Larra, Fígaro
El 24 de marzo de 1809, viene a este mundo en Madrid, Mariano José de Larra, conocido con el seudónimo de Fígaro (y también bajo los de Andrés Niporesas, El bachiller Juan Pérez de Munguía, El duende solitario y El pobrecito hablador), el hombre de quien podríamos decir inventó el periodismo moderno con todo lo que éste tiene de liberal, crítico y contestatario.El hecho de que su padre, el doctor Larra, fuese un afrancesado, era médico en el ejercito de José Bonaparte, marca a Mariano, al arrancarle de su país trasladándole por espacio de 10 años a otro, Francia, en el que se educa y aprende a vivir al margen de provincianismos.
Al volver a España estudió en Madrid, en Valladolid y Valencia, empezando estudios, leyes y medicina, que no llegó a finalizar, prefiriendo la literatura más adelante, ya que, aparte de ejercer la carrera de periodista con la que se ganaba la vida, escribió poesía, comedia, (Macías, drama prerromántico) y la novela El doncel de don Enrique el Doliente.
De Larra se ha dicho que escribía como francés, y, ciertamente si leemos su obra encontraremos que su estilo lo recuerda, aunque no así el contenido.
Mariano José de Larra, un hombre joven que joven murió, era un escritor y periodista brillante, incisivo, crítico y honesto, pero un hombre amargado y pesimista.
Nacido el mismo año que Edgar Allan Poe y apenas con dos meses de diferencia, podrían establecerse entre ambos paralelismos curiosos aunque no referentes a su vida profesional precisamente, sino a su carácter y a ese instinto de auto destrucción que les empuja a ambos a consumarlo, Larra por medio de un suicidio romántico y efectista del que todavía se habla, como si Larra hubiera nacido sólo para suicidarse por el amor de Dolores Armijo, y Poe con el alcohol, desesperado al ver que las mujeres por él amadas, su madre, Helen, madre de un amigo, y su esposa Virginia, le iban siendo arrebatadas por la muerte.
Incluso la prosa de ambos encierra semejanzas, ya que en Mariano José de Larra se advierte la misma desesperanza y amargura, el mismo flirteo morboso con esa muerte cruel y a un tiempo seductora, que trasluce la narrativa de Edgar Allan Poe.
Repasemos, sino, este fragmento de su articulo de EL DÍA DE DIFUNTOS DE 1836 -Fígaro en el cementerio-:
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.
Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz por las calles del grande osario.
Ahora leamos cualquier relato de Edgar Allan Poe y comparemos, con la diferencia de que Poe, en ocasiones, da muestras de un fino sentido del humor, mientras que Larra es sarcástico sin concesiones y su pretendida sonrisa, un rictus amargo, siendo incluso tan negativo en su manera de ver las cosas, que el número 24, el del día de su propio cumpleaños, es para él número de mala suerte.
Casa muy joven a los 20 años, lógicamente porque se suicido a los 26, y su matrimonio con Pepita Wetoret, constituye un fracaso rotundo que él transparenta en uno de sus muchos artículos, concretamente en El casarse pronto y mal.
Enamorado de una mujer casada, Dolores Armijo de Cambronero, su amante elige en el momento decisivo, seguir al marido a Filipinas, y ahí se acaba todo, el amor, la esperanza y con ellas la vida de Larra, que en Madrid el 15 de enero de 1837, decide terminar con su atormentada (?) existencia de un pistoletazo...
Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio! (Día de difuntos de 1836).
Pero Mariano José de Larra, no es, insistimos, sólo la historia de un suicidio por amor. Larra tuvo una existencia corta, plena sin embargo, dejando huella de su paso por este mundo que es recordada a menudo, sea a través de sus artículos preferentemente, entre los que destaca por su vigencia, pese a que en el 2033 cumplirá doscientos años, Vuelva usted mañana, sea por su breve vida política, elegido diputado por Avila no llegó a ejercer el cargo al disolverse las Cortes en 1836, sea por su labor como riguroso crítico literario, (nueva semblanza con Poe), sea, y volvemos a repetirlo otra vez, por la pasión fatal que le condujo a la tumba.
Dejó un hijo, Luis Mariano de Larra, también literato, que escribió, entre otras obras, libretos para zarzuela y comedias de costumbres. Por ejemplo, El barberillo de Lavapiés.